Caos en Urgencias. Ya no valen las excusas.
El Sindicato Médico pide a la Administración que no se excuse más ante el caos en urgencias y que actúe de forma seria.
El sindicato médico andaluz ha mantenido hasta ahora un respetuoso silencio sobre el tema del caos en urgencias porque no queríamos alimentar polémicas que pudieran de un modo u otro acabar repercutiendo negativamente a nuestros compañeros, los médicos que trabajan en estas áreas.
Sin embargo la situación actual ya no permite silencios que puedan identificarse como cómplices, hemos llegado a un punto absolutamente intolerable y la situación en una gran parte de los hospitales de Andalucía empieza a ser dantesca.
Los profesionales que trabajan en estas áreas se ven sometidos todos los años en estas fechas a una presión insoportable a la que se une que ellos mismos también padecen los efectos de la epidemia y por tanto hay más bajas laborales de lo habitual. Muchos de ellos trabajan incluso estando enfermos colocándose mascarillas para no contagiar a sus pacientes y haciendo un esfuerzo que solo se entiende desde el compromiso con sus pacientes.
Pero mientras los profesionales dan ejemplo de profesionalidad, la administración un año tras otro cae en los mismos errores que conducen a esta situación de masificación, retraso y mala asistencia a la que desgraciadamente ya estamos demasiado acostumbrados.
Este año la situación ha superado a lo ocurrido en los últimos inviernos. Los hospitales no dan abasto y en los centros de salud el número de urgencias se ha multiplicado por dos o tres con respecto a ocasiones anteriores.
Y la administración sigue haciendo oídos sordos a nuestras reivindicaciones, a las quejas de los profesionales y a las necesidades de la población. Los planes de contingencia y alta frecuentación son insuficientes y se ponen en marcha demasiado tarde y sin apenas recursos. La educación a la población (que podría evitar muchas visitas a urgencias) es prácticamente inexistente. La respuesta de los centros sanitarios llega tarde y es demasiado pobre y la dotación de recursos humanos de estos centros de urgencias tanto hospitalarios como de primaria es absolutamente insuficiente.
Retrasos de más de 12 horas en ser atendidos, camas en pasillos sin apenas vigilancia, sillas de ruedas con pacientes que debieran estar encamados, pacientes sentados en el suelo, esperas de más de 24 y 48 horas para que se le asigne una cama, imposibilidad de un mínimo aislamiento para evitar que la sala de urgencias se convierta en el mayor escenario de contagios, centros de salud sin atención pediátrica, consultorios cerrados o con un solo médico, profesionales que no pueden ni comer durante la guardia y han de ver a sus pacientes en escasos minutos, y un sin fín de situaciones que condicionan una pésima atención sanitaria urgente.
Y ante este desastre, nuestros gestores se limitan a negar la realidad. Dicen que la situación está controlada, que los retrasos son casos puntuales y anecdóticos, que los hospitales disponen de una reserva de recursos para absorber el exceso de demanda, etc. Pero los que trabajamos en el SSPA sabemos (como lo saben todos los ciudadanos que tienen la desgracia de acudir a urgencias en estas fechas) que no dicen la verdad. A la falta de planificación, de educación y de recursos, se une el cinismo de una administración que lejos de reconocer sus errores e intentar enmendarlos, se limita a negar que exista un problema serio o, lo que es aún peor, a culpabilizar a sus trabajadores (como ha ocurrido con el fallecimiento reciente de una paciente en el Hospital de Úbeda).
Es inadmisible que el SAS continúe enrocado en torno a una reforma de la Atención Primaria y de las Urgencias que ni cuenta con el apoyo de la mayoría de los profesionales ni se muestra efectiva en cuanto ocurre una situación de aumento de la demanda.
La política sanitaria andaluza hace aguas por muchos frentes y sus dirigentes mantienen la miopía habitual. Pero estas situaciones de caos y eternas demoras no van a dejar de producirse hasta que no se realicen planes serios, basados en previsiones reales y experiencias pasadas, hasta que no se invierta suficiente e inteligentemente en recursos y sobre todo hasta que no se cuente con los profesionales.
Nuestros dirigentes están demasiado centrados en la autoperpetuación como para tomarse en serio la situación e implementar medidas eficaces aunque puedan ser impopulares.