La sanidad está enferma.
Columna de opinión en El Correo de Andalucía donde se plasma lo que ocurre en cualquier Hospital de Andalucía durante el verano, donde explican lo que nosotros ya sabemos. Esto sigue en marcha por el duro esfuerzo de sus profesionales.
Que conste, y vaya por delante, que yo soy una fan de la Sanidad pública. Que no concibo la atención a los enfermos sino como un rasgo de humanidad y como un derecho irrenunciable de todas las personas por el hecho de serlo. Que siempre me he sentido muy orgullosa del magnífico sistema sanitario que este país ha levantado a base de esfuerzo, superación, seriedad y excelencia profesional. Ahora bien, si lo que se han propuesto nuestros gobernantes es cargarse la Sanidad pública y convertirla en un servicio residual, al que sólo se tienen que resignar los que no tienen dinero para pagarse una clínica privada, puedo decirles desde ya que, a poco que perseveren en el objetivo, eso está hecho.
He tenido la desgracia de pasar el mes de agosto en un hospital público a raíz de un serio problema de salud de un familiar. La desgracia y la suerte, porque ese problema se ha resuelto gracias a la labor de unos profesionales que excedieron con mucho los límites de sus obligaciones. Médicos que acudieron raudos y trabajaron en sus días de descanso, que brindaron explicaciones más allá de lo que razonablemente se les exige para tranquilizar a los familiares, sanitarios de todo nivel que, en los peores momentos, no sólo soslayaron la falta de medios para ejercer sus funciones, sino que además siempre tuvieron una sonrisa y unas palabras de ánimo.
¿De qué estamos hablando entonces? ¿Qué es lo que está fallando en la Sanidad pública? No me las voy a dar de lista, pero resulta más que evidente que hay un grave problema de gestión. Los recortes en este ámbito, como en la Educación y en todos los servicios que integran eso que dimos en llamar Estado del Bienestar son inaceptables, imperdonables (aunque luego premiemos a sus artífices en las urnas como si hubiéramos asumido que siempre es mejor lo malo conocido), pero aun con recortes, intuyo que la administración sanitaria es manifiestamente mejorable.
Desde la empleada que hace sustituciones y a la que envían cada día a un servicio diferente, con el consiguiente despiste de la susodicha en cuanto a las funciones a realizar, hasta la descoordinación entre unas áreas y otras que se derivan en el retraso de los suministros, o en la duplicidad de labores (digámoslo así, porque si decimos que una vez se saltan la medicación prescrita y otra te ponen dos veces la heparina suena bastante peor), todo es fácilmente corregible con una organización más rigurosa del trabajo.
Con frecuencia a esta caótica situación también contribuyen los familiares de los pacientes, que muchas veces suplen las deficiencias en la atención asumiendo tareas sanitarias (controlan horarios, medicación y aseo de los enfermos, visten camas y llevan y traen ropa y enseres) y que, a fuerza de involucrarse en la vida diaria del hospital, se han creído que mandan en él. También en ese aspecto, en mi opinión, es demasiado laxa la administración sanitaria, ofreciendo una imagen tercermundista que no se corresponde con el nivel de solvencia de nuestra medicina. Claro que… si es la propia enfermera la que te pide que le metas a tu padre la jeringa por la sonda para lavarla, porque ella está muy ocupada… sospecho que alguien no ha dejado claros los límites ahí.
Desconozco las grandes cifras de cualquier mastodóntico hospital público andaluz, pero me consta que sus gestores y altos cargos se embolsan suculentos pluses de productividad en función del ahorro que logren en las unidades que tienen asignadas. Y claro, si la productividad se mide con criterios economicistas en vez de por la calidad y profesionalidad del servicio prestado… estamos ante una grave enfermedad que a ver qué médico es capaz de sanar.
Paqui Godoy
Fuente: El Correo de Andalucía